Capitolo 6

Pinocchio si addormenta coi piedi sul caldano, e la mattina dopo si sveglia coi piedi tutti bruciati.

Per l’appunto era una nottataccia d’inferno. Tuonava forte forte, lampeggiava come se il cielo pigliasse fuoco, e un ventaccio freddo e strapazzone, fischiando rabbiosamente e sollevando un immenso nuvolo di polvere, faceva stridere e cigolare tutti gli alberi della campagna. Pinocchio aveva una gran paura dei tuoni e dei lampi: se non che la fame era più forte della paura: motivo per cui accostò l’uscio di casa, e presa la carriera, in un centinaio di salti arrivò fino al paese, colla lingua fuori e col fiato grosso, come un cane da caccia.
Ma trova tutto buio e tutto deserto. Le botteghe erano chiuse; le porte di casa chiuse; le finestre chiuse; e nella strada nemmeno un cane. Pareva il paese dei morti.
Allora Pinocchio, preso dalla disperazione e dalla fame, si attaccò al campanello d’una casa, e cominciò a suonare a distesa, dicendo dentro di sé:
— Qualcuno si affaccierà.
Difatti si affacciò un vecchino, col berretto da notte in capo, il quale gridò tutto stizzito:
— Che cosa volete a quest’ora?
— Che mi fareste il piacere di darmi un po’ di pane?
— Aspettami costì che torno subito, — rispose il vecchino, credendo di aver da fare con qualcuno di quei ragazzacci rompicollo che si divertono di notte a suonare i campanelli delle case, per molestare la gente per bene, che se la dorme tranquillamente.
Dopo mezzo minuto la finestra si riaprì e la voce del solito vecchino gridò a Pinocchio:
— Fatti sotto e para il cappello.
Pinocchio si levò subito il suo cappelluccio; ma mentre faceva l’atto di pararlo, sentì pioversi addosso un’enorme catinellata d’acqua che lo annaffiò tutto dalla testa ai piedi, come se fosse un vaso di giranio appassito.
Tornò a casa bagnato come un pulcino e rifinito dalla stanchezza e dalla fame e perché non aveva più forza di reggersi ritto, si pose a sedere, appoggiando i piedi fradici e impillaccherati sopra un caldano pieno di brace accesa.
E lì si addormentò; e nel dormire, i piedi che erano di legno, gli presero fuoco e adagio adagio gli si carbonizzarono e diventarono cenere.
E Pinocchio seguitava a dormire e a russare, come se i suoi piedi fossero quelli d’un altro. Finalmente sul far del giorno si svegliò, perché qualcuno aveva bussato alla porta.
— Chi è? — domandò sbadigliando e stropicciandosi gli occhi.
— Sono io, — rispose una voce.
Quella voce era la voce di Geppetto.

 

 

CAPÍTULO VI

Pinocho se duerme junto al brasero, y al despertarse a la mañana siguiente se encuentra con los pies carbonizados.
Hacía una noche infernal: tronaba horriblemente y relampagueaba como si todo el cielo fuese de fuego; un ventarrón frío y huracanado silbaba sin cesar, levantando nubes de polvo y zarandeando todos los árboles de la campiña.
Pinocho tenía mucho miedo de los truenos y de los relámpagos; pero era más fuerte el hambre que el miedo. Salió a la puerta de la casa sin vacilar, y turnando carrera, llegó en un centenar de saltos a las casas vecinas, sin aliento y con la lengua fuera como un perro de caza.
Pero lo encontró todo desierto y en la más profunda oscuridad. Las tiendas estaban ya cerradas; las puertas y ventanas, también cerradas, y por las calles ni siquiera andaban perros. Aquello parecía el país de los muertos.
Entonces Pinocho, desesperado y hambriento, se colgó de la campanilla de una casa y empezó a tocar a rebato, diciéndose:
--¡Alguien se asomará!
En efecto: se asomó un viejo, cubierta la cabeza con un gorro de dormir y gritando muy enfadado:
--¿Quién llama a estas horas?
--¿Quisiera usted hacer el favor de darme un pedazo de pan?
--¡Esperate ahí que vuelvo en seguida!-- respondió el viejo, creyendo que se trataba de alguno de esos muchachos traviesos que se divierten llamando a deshora en las casas para no dejar en paz a la gente que está durmiendo tranquilamente.
Medio minuto después se abrió la ventana de nuevo, y se asomo el mismo viejo, que dijo a Pinocho:
--¡Acércate y pon la gorra!
Pinocho, no podía poner gorra alguna, porque no la tenía: se acercó a la pared, y sintió que en aquel momento le caía encima un gran cubo de agua, que le puso hecho una sopa de pies a cabeza.
Volvió a su casa mojado como un pollo y abatido por el cansancio y el hambre, y como no tenía fuerzas para estar de pie, se sentó y apoyó los pies mojados y llenos de barro en el brasero, que por cierto tenía una buena lumbre.
Quedóse dormido, y sin darse cuenta metió en la lumbre ambos pies, que, como eran de madera, empezaron a quemarse, a quemarse,a quemarse hasta que se convirtieron en ceniza.
Mientras tanto Pinocho seguía durmiendo y roncando como si aquellos pies no fueran suyos. Por último, se despertó al ser de día, porque habían llamado a la puerta.
--¿Quién es?-- preguntó bostezando y restregándose los ojos.
--¡Soy yo!-- respondió una voz.
Aquella voz era la de Goro.






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