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Capitolo 21
Pinocchio è preso da un contadino, il quale lo costringe a far da can da guardia a un pollaio.
Pinocchio, come potete figurarvelo, si dette a piangere, a strillare, a raccomandarsi: ma erano pianti e grida inutili, perché lì all’intorno non si vedevano case, e dalla strada non passava anima viva.
Intanto si fece notte.
Un po’ per lo spasimo della tagliuola, che gli segava gli stinchi, e un po’ per la paura di trovarsi solo e al buio in mezzo a quei campi, il burattino principiava quasi a svenirsi; quando a un tratto vedendosi passare una Lucciola di sul capo, la chiamò e le disse:
— O Lucciolina, mi faresti la carità di liberarmi da questo supplizio?…
— Povero figliuolo! — replicò la Lucciola, fermandosi impietosita a guardarlo. — Come mai sei rimasto colle gambe attanagliate fra codesti ferri arrotati?
— Sono entrato nel campo per cogliere due grappoli di quest’uva moscadella, e…
— Ma l’uva era tua?
— No…
— E allora chi t’ha insegnato a portar via la roba degli altri?…
— Avevo fame…
— La fame, ragazzo mio, non è una buona ragione per potere appropriarsi la roba che non è nostra…
— È vero, è vero! — gridò Pinocchio piangendo, — ma un’altra volta non lo farò più.
A questo punto il dlalogo fu interrotto da un piccolissimo rumore di passi, che si avvicinavano.
Era il padrone del campo che veniva in punta di piedi a vedere se qualcuna di quelle faine, che mangiavano di nottetempo i polli, fosse rimasta al trabocchetto della tagliuola.
E la sua maraviglia fu grandissima quando, tirata fuori la lanterna di sotto il pastrano, s’accorse che, invece di una faina, c’era rimasto preso un ragazzo.
— Ah, ladracchiòlo! — disse il contadino incollerito, — dunque sei tu che mi porti via le galline?
— Io no, io no! — gridò Pinocchio, singhiozzando. — Io sono entrato nel campo per prendere soltanto due grappoli d’uva!…
— Chi ruba l’uva è capacissimo di rubare anche i polli. Lascia fare a me, che ti darò una lezione da ricordartene per un pezzo.
E aperta la tagliuola, afferrò il burattino per la collottola e lo portò di peso fino a casa, come si porterebbe un agnellino di latte.
Arrivato che fu sull’aia dinanzi alla casa, lo scaraventò in terra: e tenendogli un piede sul collo, gli disse:
— Oramai è tardi e voglio andare a letto. I nostri conti li aggiusteremo domani. Intanto, siccome oggi mi è morto il cane che mi faceva la guardia di notte, tu prenderai subito il suo posto. Tu mi farai da cane di guardia.
Detto fatto, gl’infilò al collo un grosso collare tutto coperto di spunzoni di ottone, e glielo strinse in modo da non poterselo levare passandoci la testa dentro. Al collare c’era attaccata una lunga catenella di ferro: e la catenella era fissata nel muro.
— Se questa notte, — disse il contadino, — cominciasse a piovere, tu puoi andare a cuccia in quel casotto di legno, dove c’è sempre la paglia che ha servito di letto per quattr’anni al mio povero cane. E se per disgrazia venissero i ladri, ricòrdati di stare a orecchi ritti e di abbaiare.
Dopo quest’ultimo avvertimento, il contadino entrò in casa chiudendo la porta con tanto di catenaccio: e il povero Pinocchio rimase accovacciato sull’aia, più morto che vivo, a motivo del freddo, della fame e della paura. E di tanto in tanto, cacciandosi rabbiosamente le mani dentro al collare, che gli serrava la gola, diceva piangendo:
— Mi sta bene!… Pur troppo mi sta bene! Ho voluto fare lo svogliato, il vagabondo… ho voluto dar retta ai cattivi compagni, e per questo la sfortuna mi perseguita sempre. Se fossi stato un ragazzino per bene, come ce n’è tanti, se avessi avuto voglia di studiare e di lavorare, se fossi rimasto in casa col mio povero babbo, a quest’ora non mi troverei qui, in mezzo ai campi, a fare il cane di guardia alla casa d’un contadino. Oh, se potessi rinascere un’altra volta!… Ma oramai è tardi, e ci vuol pazienza!
Fatto questo piccolo sfogo, che gli venne proprio dal cuore, entrò dentro il casotto e si addormentò.
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CAPÍTULO XXI
Cae Pinocho en poder de un labrador que le obliga a servir de perro para custodiar un gallinero.
¡Pobre muñeco! Empezó a llorar, a gritar y a lamentarse; pero llantos y gritos eran inútiles, porque en todo el contorno no se veía casa alguna, y por el camino no pasab alma vivviente. Se hizo de noche. En parte por el daño grandísimo que le hacían aquellos hierros, apretándole las piernas como unas tenazas, y en parte por el miedo fenomenal de estar solo y de noche en aquel campo, el pobre Pinocho estaba a punto de caer desvanecido.
En esto vio pasar cercade su cabeza una lucienagao gusano de luz, y le llamó diciendole:
--¡Gusanito! ¡Precioso gusanito! ¿Quiéres hacer la caridad de librarme de este suplico?
--¡Pobre muchacho-- exclamó la luciernaga, acercándose compasiva para mirarle--. ¿Por qué tienes las piernas entre esos hierros tan cortantes:
Porque he entrado en este campo para coger un par de racimos de uva moscatel...
Pero, ¿esas uvas son tuyas?
--No.
--¿Y quién te ha enseñado a tomar lo que no es tuyo?
¡Tenía mucha hambre!
--¡Hijo mío, el tener hambre no es buena razón para apropiarse de lo ajeno.
--¡Es verdad, es verdad!-- exclamó Pinocho llorando--. ¡Pero ya no lo hare mas!
En este momento fue interrumpido el diálogo por el ligerísimo rumor de pasos que se acercaba. Era el dueño del campo, que, andando de puntillas, venía a ver si había caído en el cepo alguna de aquellas garduñas que le arrebataban los pollos durante la noche.
Grande fue su asombro cuando, al sacar una linterna que llevaba debajo del capote, vio que en vez de una garduña hahía caído un muchacho.
--¡Ah, ladronzuelo!-- dijo el labrador encolerizado--. ¿Conque eres tú quien me roba las gallinas?
--¡Yo, no; yo, no!-- gritó Pinocho sollozando--. ¡Yo he entrado en el campo sólo para tomar dos racimos de uvas!
--El que roba uvas es capaz de robar también gallinas. ¡No tengas cuidado! ¡Voy a darte una lección que no olvidarás en toda tu vida!
Y abriendo el cepa, agarró al muchacho por el cuello y echó a andar camino de su casa.
Al llegar frente a la puerta le dejó caer en una era que había casi a la entrada y dándole dos azotes, dijo:
--Ahora ya es muy tarde, y quiero acostarme: mañana te ajustaré las cuentas. Mientras tanto, como hoy se ha muerto el perro que me hacía la guardia de noche, voy a ponerte en su puesto. Me servirás de perro guardian.
Después de decir esto, le puso al cuello un grueso collar de cuero, erizado de púas de hierro, y se lo apretó de modo que no pudiera quitárselo por la cabeza. El collar estaba sujeto a una larga cadena de hierro, ésta a la pared por el otro extremo.
--Si llueve esta noche-- dijo el labrador--, puedes meterte en esa caseta de madera: ahí está la paja que ha servido de cama a mi perro durante cuatro años. ¡Ah! Procura estar bien alerta, y si vienen los ladrones, ladra muy fuerte.
Hecha esta última advertencia, entró el labrador en su casa y cerró la puerta con cerrojo, mientras que el desgraciado Pinocho, más muerto que vivo, quedaba solo en la era, tiritando de frío, de hambre y de miedo. De vez en cuando trataba rabiosamente de meter las manos por entre aquel collar, que le apretaba horriblemente la garganta.
El pobre muñeco decía llorando:
--¡Me está muy bien, pero muu requetebién empleado! ¡He querido hacer vida de perdido, vagabundo; he seguido los consejos de las malas compañías; he sido un niño malo y desobediente, y por eso Dios me castiga! ¡Si hubiera sido un niño bueno y obediente, como lo son otros muchachos; si me hubiera dedicado al estudio y al trabajo; si hubiera permanecido en casa al lado de mi buen papá, no me vería ahora como me veo en medio del campo, teniendo que servir de perro de guarda a un labrador! ¡Oh, si se pudiera nacer otra vez! ¡Pero ya es tarde, y no hay más remedio que tener paciencia!
Después de este pequeño desahogo, que realmente le salía del corazón, se metió en la perrera, y muy poco después se quedó dormido. |