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6 Una pequeña discordancia sin embargo surgió entre los hermanos por los pájaritos obsequiados que se llevaron una parte de su pan. "Con este pan podrías salvar la vida de un cristiano", dijo Giulio. Y Mario: "Pero con este pan hago feliz más de cinquenta pájaritos." Giulio estuvo imediatamente y para siempre convencido. Cuando la cena se había terminado, Giulio se cubría la cabeza, las orejas y la mejillas con su gorra de noche y Mario le leía por media hora una novela. Al oír la voz suave del hermano Giulio se tranquilizaba, su corazón cansado asumía un ritmo más regular y sus pulmones se engrandecían. El sueño ya no estaba lejos y efectivamente dentro de poco su respiración se hizo mas ruidosa. Mario bajaba entonces la voz gradualmente hasta que no se podía bajarla más y reinaba el silencio. Y entonces, después de haber amortiguado la luz, se alejaba en la punta de los pies. La literatura era por lo tanto algo positivo también para Giulio, pero una de sus formas, la crítica, dañaba y amenazaba su salud. Demasiadas veces Mario interrumpía la lectura para ponerse a discutir de manera agresiva sobre el valor de la novela que leía. Su crítica era la crítica del autor desgraciado. Esto era su gran reposo, la agitación solo fue fingida, el sueño más espléndido. Sin embargo tenía la desventeja de impedir el sueño del otro. El trueno de la voz, sonidos de desprecio, discusiones con interlocutores ausentes, tantos instrumentos musicales de todo tipo que se seguían y impedían el sueño. Así que Giulio por cortesía tenía que tener cuidado para no endormecerse cuando a cada rato se le preguntó por su opinión. Tenía que decir: "Así también me parece a mí." Tan acostumbrado era a estas palabras que para pronuciarlas le habría bastado dejar pasar el aliento por sus labios. Pero el que ronca no sabe nisiquiera hacer esto. Una noche el astuto enfermo que parecía tan inocente con esta gorra de dormir enorme, se le ocurrió una idea. Con una voz temblorosa, talvez porque temía de ser descubierto), preguntó a Mario de leerle su novela. Mario sentó la sangre afluyendo al corazón. "Pero tú ya lo conoces", objetó mientras se puso a abrir el libro que no estaba nunca muy lejos. El otro respondía que desde hace mucho tiempo no había vuelto a leerlo y que sentía el deseo de oírlo de nuevo. Con una voz dulce, suave y musical Mario inició la lectura de su novela Una juventud, acompañado del vivo consentimiento de Giulio que comenzó a abandonarse al reposo, murmurando: "Bello, hermoso, buenísimo", lo que hizo la voz de Mario todavía más caliente y conmovida. Esto también era una sorpresa para Mario. No había jamás leído cosas de si mismo en alta voz. Como ganó en profundidad hecho vivo por la voz, por el ritmo y también por las pausas y por la hábil aceleración. Los compositores, cuán felices son, tienen executores que no hacen otra cosa que estudiar como se les puede hacer gracioso y eficaz. En cuanto se refiere a los escritores los lectores apurados nisiquiera murmuran las palabras y pasan de signo en signo como un transeunte atrasado sobre una ancha calle. "íQué bien lo escribí!", pensaba Mario admirado. La prosa de los altros la había leído de completamente otra forma y, en comparación, la de él brillaba. Después de pocas páginas el respiro de Giulio se hizo más lento, un signo de que sus pulmones ya no obedecián a una guía consciente. Mario, retirandose a su propio cuarto, no supo desprenderse de la novela que leía en voz alta por buena parte de la noche. Esto era como si se la hubiese publicado de nuevo. Había sacudido el aire y se había ido a su cerebro y a aquél de los otros por nuestro órgano más íntimo y Mario sintió que su idea volvía a él, embellecida, y llegaba al corazón por nuevas vias ella abría. Una nueva esperanza! Y el próximo día nació una fábula con el títolo: El éxito sorprendente. Aquí está: "Un señor rico tenía mucho pan y se divertía distribuyendolo a los pájaritos. Pero de esta donación profitaron solamente unos diez o algo más de gorriones, siempre los mismo y buena parte del pan enmoheció en el aire. Esto le dió lástima al señor, porque no hay nada más molesto que ver con que ingratidud fue acojida una donación. Pero por suerte suyo se enfermó y los pájaritos que ya no encontraron el pan al cual fueron acostumbrados, gorjearon por todas partes:' El pan que siempre hubo en abundancia, ya no hay, es una injusticia, un engaño." Entonces una mulitud de gorriones se fue volando a este sitio para admirar la providencia que había dejado de manifestarse y cuando el bienhechor reapaereció sano, no había bastante pan para saciar todos sus huéspedes." |
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