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Affrontò poi virilmente il momento sgradevole di dire della burla al Brauer. Fu facilissimo. Il Brauer ascoltò senza batter ciglio. Non provava alcuna sorpresa perchè ricordava ancora quella avuta all'apprendere che per un romanzo venisse offerta una somma tanto ingente. Applaudì quando apprese del primo manrovescio inferto al Gaia e, al secondo, abbracciò Mario. Poi avvenne l'inaspettato. Una scoperta: anche agli uomini più pratici accade di seguire da vicino lo svolgimento dei fatti, di conoscerli interamente dal loro inizio, e di restare poi stupiti trovandosi di fronte ad un risultato che si sarebbe potuto prevedere, stendendo sulla carta un paio di cifre. Gli è che certi fatti spariscono nella nera notte quando accanto a loro altri brillano di luce troppo fulgida. Finora tutta la luce s'era riversata sul romanzo, che ora piombava nel nulla, e appena adesso il Brauer si ricordava di aver venduto per conto di Mario duecentomila corone al cambio di settantacinque. Ma il cambio austriaco, negli ultimi giorni, s'era affievolito di tanto che, per quella transazione, Mario si trovava ad aver guadagnato settantamila lire, giusto la metà di quanto avrebbe ricevuto se il contratto col Westermann fosse stato fatto sul serio. Mario dapprima urlò: “Io quel sozzo denaro non lo voglio”. Ma il Brauer si sorprese e s'indignò. Al letterato poteva spettare in commercio il diritto di stendere una lettera, ma non di giudicare di un affare. Rifiutando quel denaro, Mario si dimostrerebbe indegno di qualunque collaborazione in commercio. Incassato il grosso importo, anche Mario fu pieno d'ammirazione. Strana vita quella dell'uomo, e misteriosa: con l'affare fatto da Mario quasi inconsapevolmente, s'iniziavano le sorprese del periodo postbellico. I valori si spostavano senza norma, e tanti altri innocenti come Mario ebbero il premio della loro innocenza, o, per tanta innocenza, furono distrutti; cose che s'erano viste sempre, ma parevano nuove perchè si avveravano in tali proporzioni da apparire quasi la regola della vita. E Mario, per quei denari che si sentiva in tasca, stette a guardare con sorpresa, e studiò il fenomeno. Abbacinato mormorò: “È più facile conoscere la vita dei passeri che la nostra”. Chissà che la vita nostra non apparisca ai passeri tanto semplice da far creder loro di poter ridurla in favole? Il Brauer disse: “Quel bestione di un Gaia, giacchè aveva architettata una burla simile, avrebbe dovuto basarla su una somma di almeno cinquecentomila corone. Tu allora avresti avuto in tasca tante di quelle corone da bastarti per tutta la vita”. Mario protestò: “Io, allora, non ci sarei cascato. Non avrei mai ammesso che per il mio romanzo si pagasse tanto”. Il Brauer tacque. “Che questa mia fortuna non renda più nota la burla che dovetti subire” augurò Mario angosciato.

 

 

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Virilmente afrontó el momento desagradable en el cual tuvo que decir a Brauer que todo había sido una burla. Era facilísimo. El Brauer le escuchó sin pestañear. No le sorprendió en absoluto porque recordaba todavía la sorpresa cuando se enteró cuanto se iba a pagar por una novela una suma tan descomunal. Aplaudió cuando oyó de la primera bofetada que Mario había administrado a Gaia y abrazó a Mario cuando al oir de la segunda. Después ocurrió lo inesperado. Un descubrimiento. Incluso a los hombres más prácticos se le ocurre de seguir el desarollo de algo de muy cerca, de estar perfectamente al tanto de todo desde el principio y de quedarse asombrados al verse confrontado con un resultado que se había podido prever si se hubiese puesto un par de cifras sobre un papel. Ocurre que algunos hechos desaparecen en la noche oscura cuando al lado de ellos brillan otros con una luz demasiado brillante. Hasta ahora toda la luz estaba dirigida hacia la novela, que ahora recayó en el vacío y apenas ahora el Brauer se recordaba de haber vendido por la cuenta de Mario doscientos mil coronas a cambio de setenta y cinco. Pero el cambio austriaco se había debilitado tanto que por aquella transacción Mario había ganado setenta mil lira, justo la mitad de lo que habría recibido si el contrato de Westermann habría sido real. Al principio Mario critó: "No quiero este dinero sucio." Pero Brauer se sorprendió y se indignó. En cosas de negocios un literato puede tener el derecho de escribir una carta, pero no es de su oficio de juzgar sobre un negocio. Si rechazara este dinero, Mario se dimostraría indigno de cualquier colaboración en el negocio. Después de haber encajado el importe importante, Mario también estuvo lleno de admiración. Es una vida bien extraña la del hombre, y misteriosa. Con el negocio que había hecho Mario de manera inconsciente comenzaron las sorpresas de la época de posguerra. Los cambios se reajustaron sin lógica alguna, y otros tan ingenuos como Mario fueron premiados por su inocencia o destruídas por ella. Cosas de este tipo había habido siempre, pero parecían nuevos porque habían tomado una tal dimensión que aparecían casi normales. Mario estaba todo sorprendido por aquel dinero que tenía en el bolsillo y estudió el fenómeno. Confuso dijo: "Es más fácil conocer la vida de los gorriones que la nuestra." No es probable que nuestra vida aparece tan simple a los gorriones que creen poder reducirla a una fábula? Dijo Brauer: "Este imbécil de Gaia, ya que había maquinado un burla así habría podido igualmente ofrecer una suma de quinientos coronas. Entonces tú ahora tendrías bastante dinero en el bolsillo para vivir de ello hasta el fin de tu vida." Mario protestó: "En este caso no habría caído en la trampa. No habría creído nunca que se pagara tanto dinero para mi novela." Brauer no le respondió. "Espero que la burla no sea divulgada por esta fortuna", dijo Mario angustiado.






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