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Sí. El odiaba ferozmente su gran amigo. A lo mejor no estaba totalmente consciente de ello, porque estaba convencido de que no sentía otra cosa que compasión para Mario, este desgraciado tan presuntuoso que no tenía nada en este mundo con su trabajillo en el cual no podía avanzar nunca. Al hablar de Mario sabía dar a su cara la expresión de compasión, pero torciendo los labios también, expresando también menaza. Le envidiaba. Gaia pertenecía a los glotones como Mario a la fábula. Mario sonreía siempre y él sonría siempre y él reía mucho, pero con interrupciones. La fábula le acompañaba siempre con una sombra luminosa al lado de aquella obscura tirado por el cuerpo, mientras la glotonería, acompañada del cuerpo, es atroz. Porque esta última es un delito contra el propio cuerpo, seguido imediatamente (sobre todo a una cierta edad) de un remordimiento fuerte en comparación al cual aquél de Oresto, que mató su propia madre, es muy ligero. Al remordimiento siempre sigue un esfuerzo de atenuarlo, explicando y perdonando el delito, talvez afirmando que es el destino de los hombres cometerlo. Pero como habría podido il Gaia afirmar de buena fe que todos los que lo podían se dedicaban a la glotonería teniendo Mario delante de los ojos? Además había esta literatura consagrada que también tenía el efecto de enturbiar el ánimo de Gaia, a pesar de que parecía depurada de ella. No se vive el sueño de la gloria, aunque sea por un tiempo muy breve, sin ser alterado y añorarlo por siempre y envidiar aquel que lo conservaba, aunque este no lo logre nunca. Este sueño donde Mario escurría por todos los poros de su piel, que tan fácilmente se enrojecía. El puesto che no le era concedido en la república de las letras, lo pretendía y ocubaba casi segretamente, pero no obstante con el mismo derecho y sin restricciones. A pesar de que dijo a todo el mundo de que desde hace años no escribía nada (lo que era una exageración porque había las historias de los pajaritos), pero nadie le creía y esto bastaba para atribuirle por consenso general una vida más elevada, más elevada de todo aquello que le rodeaba. Merecía por lo tanto la envidia y el odio. Enrico Gaia no le ahorraba los sarcasmus y sabía de vez en cuando incluso impresionarle hablandole de negocios y de cosas de economía. Pero esto no le bastaba, porque a Mario mismo le gustaba reírse de su situación. Gaia habría querido arrancarle el sueño feliz de los ojos aunque hubiese quedado ciego. Cuando lo vió entrar en el café con la actitud de alguién que mira las cosas y la personas con la eterna, viva, serena curiosidad del escritor dijo furioso:"Ahí está el gran escritor." Y efectivamente Mario tenía el aspecto y la felicidad de un gran escritor. Gaia no aparecía en la fábulas. Pero un día Mario se enteró que los pequeños que los pequeños pájaros son muy voraces: Dentro de un día pueden tragar tanto de esta sustancia desmigada que todo lo masa pesaría tanto como su cuerpo. Por eso era tan difícil de encontrar entre los gorriones uno que se asemejara a Gaia. Si todos por una característica por lo menos se asemejarían a él. Y Mario descubrió pronto en esta contradicción la asemejanza que en el futuro podría aparecer en una fábula: "Come como un gorrión, pero no vuela." Y más tarde. "No vola y su temor es fresco". Insinuó seguramente al Gaia que una noche, después haber herido a un amigo con una maldición, tenía que escapar rápidamente del café. |
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