134MB
134MB

1
| 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40

 

36

Lottando con la bora, egli s'avviò diritto all'abitazione del Gaia, situata in una delle vie parallele al Canale, a quell'ora ancora deserte. Stava anche per salire dal Gaia, ma poi si pentì, e ritornò sulla via. Quelle spiegazioni non dovevano avere dei testimoni. Bisognava fare in modo che la burla - se realmente si trattava di una burla - non si divulgasse. Per il momento egli avrebbe aspettato il Gaia sulla via e poi, se fosse occorso, l'avrebbe indotto a seguirlo in luogo ove lo avrebbe potuto punire. Come erano fatti i luoghi ove si poteva punire senza sfigurare? Mario non lo sapeva. Ma, teorico come era, gli pareva di aver già stabilito tutto. L'importante era di trovare il Gaia. Ebbe fortuna, intanto. Quando già cominciava a soffrire del freddo intenso, vide apparire il commesso che correva. Rincasato tardi come al solito, aveva aspettato nel letto l'ultimo momento utile per arrivare in tempo al suo dovere. Mario, che ora batteva i denti (non sapeva neppur lui se dal freddo o dall'eccitazione), l'affrontò ruminando parole relativamente miti con cui domandare delle spiegazioni. Ma il Gaia ebbe la sfortuna d'essere poco attento, forse causa la fretta. Senza averlo salutato, gli domandò: “Hai avuto notizie del Westermann?”. Le parole preparate con tanta accuratezza, svanirono, e Mario non ne trovò altre. Il suo organismo intero era come un arco che nelle lunghe ore d'impazienza si fosse teso sempre più fino al limite della resistenza. Scattò: lasciò cadere sulla faccia del Gaia un manrovescio enorme di cui non avrebbe creduto capace la sua mano e il suo braccio, che da lunghi anni non avevano conosciuto alcun moto violento. Il colpo fu tale che dolsero anche a lui il pugno ed il braccio, e fu in procinto di perdere l'equilibrio.

 

 

36

Luchando con el viento del norte se puso directamente en marcha al piso de Gaia, situado en una de las calles paralelas al canal, que a estas horas estaban todavía desiertas. Estuvo ya por subir al Gaia, cuando se arrepentió y volvió a la calle. Estos debates no debían tener testigos. Hacía falta de proseguir de manera que la burla, si había sido una, no se divulgara. Por el momento habría esperado Gaia en la calle y después, si sería necesario, le habría inducido a seguirle a un sitio donde había podido castigarle. Como eran los sitios donde se podía castigar sin avergonzarse de ello? Mario no lo sabía. Pero teorico como era, le parecía de haber ya planeado todo. Lo importante era de encontrar el Gaia. Tenía suerte. Cuando ya comenzó a sentir frio, vio aparecer el agente. Había como de costumbre vuelto a casa muy tarde y se había quedado en la cama hasta el último momento que todavía le bastara para llegar a su trabajo a tiempo. Mario, cuyos dientes castañeaban (no sabía el si por el frío o por excitación), se puso en su camino y le dijo en voz bastante baja un par de palabras con los cuales le pidió de explicar el asunto. Pero Gaia tuvo la desgracia de no prestar atención, a lo mejor porque tenía prisa. Sin ni siquiera saludarlo le preguntó: "Has oído algo de Westermann?" Las palabras preparadas con tanto esmero desvenecieron y Mario no encontró otras. Su organismo entero era como un arco que en las largas hora de espera se había tendido cada vez más hasta al límite de la resistencia. Saltó: Dejó caér en la cara de Gaia un puñazo enorme del cual no habría creído capaz ni su mano y ni su brazo, que desde hace años no había conocido movimiento violento alguno. El golpe fue tal, que también a él se le dolían el puño y el brazo y casi había perdido el equilibrio.





contacto pie de imprenta declaración de privacidad

alemao ALEMÃO
frances FRANCÊS
italiano ITALIANO
espanhol ESPANHOL
ingles INGLÊS