Fin didáctico: Se trata de un texto un poco exigente sin embargo muy útil en cuanto se refiere al aprendizaje del italiano. A lo mejor hay que leerlo antes sin audio, lentamente, y después oírlo. Todos los ficheros audio se puede bajar (formato mp3 en zip / rar ) para oírlos con cualquier aparato capaz de pasar mp3. |
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Mario Samigli era un literato de casi cincuenta años. Una novela que había publicado hace 40 años se habría podido declarado muerto, si fuese posible en este mundo que las cosas, que nunca habían vivido, pudiesen morir. Mario sin embargo, descolorido y un poco débil, continuó a vivir durante años una vida pacible, que le fue consentido por un trabajillo que le daba mucho fastidio y muy poco sueldo. Una vida así es muy higiénica y más sana todavía, como ocurrió en el caso de Mario, si está inspirado de sueño hermoso. A pesar de sus años siguió considerandose destinado a la gloria. No por lo que había logrado ni tampoco por lo que esperaba poder hacer, sino así no más, porque una gran flojera, la misma que le impedió cualquier rebelión contra su destino, le impedió que se sometiera al trabajo costoso de destruír la convicción que se había formado en su ánimo tantos años antes. De esta manera se ha podido comprobar, que incluso el poder del destino tiene sus límites. La vida había quebrado a Mario un par de huesos, pero le había dejado intactos los órganos más importantes, la estimación de si mismo y también un poco la de los otros, de los cuales obviamente depende la estimación de si mismo. Así atraversaba la vida acompañado de un sentimiento de satisfacción. Pocos podían sospechar tanta vanidad, porque Mario la escondía con la astucia casi inconsciente del soñador, que le permite de proteger el sueño contra los golpes más duros de este mundo. Sin embargo su sueño de vez en cuando se transparentó y entonces los que le querían protegían esta inocente vanidad, mientras los otros, cuando oían como Marío juzgaba autores vivos y muertos con palabras decisivas, citandose incluso a si mismo como precursor, reían, aunque de manera disimulada al ver como se ponía rojo como incluso un señor de sesenta años puede enrojecer si es un literato y vive en circunstancias similares. Y la risa también es algo sano y no malicioso. De esta manera todos estaban muy a gusto. Mario, sus amigos y también sus enemigos. Mario escribía poco así que por mucho tiempo lo único que tenía de escritor era la pluma y el papél siempre blanco sobre el escritorio de trabajo. Y estos eran sus años más felices, tan lleños de sueños y exemptos de cualquier experiencia costosa, un segundo entusiamo infantil, preferible incluso a la madurez del escritor más afortunado, que sabe vaciarse sobre el papel, sostenido más por la palabra que impedido de ella y que queda después como una cáscara vacía creyendose todavía frutto sabroso. Este estado feliz podía durar hasta que hiciera un esfuerzo para salir de él y en cuanto a Mario se refiere, este esfuerzo, aunque no muy fuerte, siempre era presente. Afortunadamente no encontró la salida que hubiese podido alejarle de tanta felicidad. Escribir otra novela como aquella vieja, que nació de la admiración por personas superiores en capacidad y rango, que había conocido con la ayuda de un telescopio, era una empresa imposible. El continuó a amar su novela, porque podía amarla sin cansancio y le apareció viva como todos la cosas que simulan de tener una cabeza y una cola. Pero cuando quería esforzarse a trabajar nuevamente bajo la sombra de estos hombres, para fijarles con la fuerza de las palabras sobre la hoja, expirementaba un asco saludable. La madurez completa, aunque inconsciente, de los sesenta años le impedió una labor de este tipo. Y no pensaba nisiquiera describir la vida humilde, como por ejemplo la de él, ejemplar por la virtud y tan fuerte por la resignación, de la cual no presumía ni hablaba, porque había completamente impregnado su vida. Para hacerlo, le faltaba el instrumento y también la inclinación, lo que era una deficiencia de verdad, pero muy frequente en aquellos que fueron impededios de conocer la vida más elevada. Finalmente abandonó el hombre y su vida, la elevada y la baja o por lo menos creía abandonarla y se dedicó, o creía que se dedicaba, a los animales, escribiendo fábulas. Los escribió de rato en rato, así, muy, muy breves, pequeñas mumias y no cadáveres, porque nisiquiera hedían. Inocente como era (no por la edad, porque lo había sido siempre) los declaró un comienzo, un perfeccionamiento y se sentía jovén y más feliz que nunca. |
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